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Juan Esteban Constaín

Ya es mañana

Un gran periodista y una mejor persona. Qué orgullo haber trabajado a su lado, don Rober.


Siempre he visto que en los momentos de mayor solemnidad, cursilería y obviedad del oficio periodístico, cuando ya no queda diapositiva por mostrar ni sesuda reflexión sobre el futuro por hacer, cuando ya no hay salvación, se cita esta frase del “maestro Kapuscinski” (y le pongo las comillas no porque no sea un maestro sino porque así le suelen decir los que lo citan): “Para ser buen periodista primero hay que ser una buena persona”.


Como todas las frases célebres y a veces apócrifas, esta del “maestro Kapuscinski” tiene un sinnúmero de variantes y versiones, giros inesperados, tonalidades emocionales y desgarradoras según la ocasión y el orador. A mí por lo general me parece vacía y falaz, más allá de su moralina y su arrogancia implícitas, una frase devaluada por el uso y el abuso, como si fuera el lema de un colegio.


Hay un caso, sin embargo, en el que esa frase sí me parece cierta y justa, la mejor definición de una carrera y una vida. En realidad son varios casos, lo digo mejor, pero hoy me gustaría hablar de uno en particular, el de Roberto Pombo, quien deja la dirección de este periódico tras doce años de haberla ejercido con la ecuanimidad, la inteligencia, el humor y la generosidad de espíritu que le son propios y por los que ha brillado siempre.


Sé muy bien que esos atributos, tan escasos y valiosos, en realidad excepcionales, más en un país como el nuestro, son considerados por muchos de sus colegas casi un defecto: una renuncia ante “el poder” (comillas, claro), la negación del “verdadero periodismo” (más comillas). Como si no se necesitara más valor civil y más lucidez, en Colombia, para ejercer el periodismo sin envilecer a nadie, sin fanatismo ni arrogancia.


Yo creo que su idea del periodismo y de la vida, que al final son lo mismo, es un intento sincero y profundo por entender la realidad con todos sus matices y sus grietas; con la premisa de que nadie es tan malo ni tan bruto como dicen los demás, mucho menos los que están instalados en el pedestal de su mesianismo moral o intelectual o periodístico y siempre creen tener la razón y ser los más inteligentes, los que sí ven lo que los otros no.


Tampoco le gusta que el periodista se crea superior a sus noticias, que sea el protagonista de nada salvo de la redacción, por eso aquí en EL TIEMPO consolidó un equipo de gente maravillosa y llena de méritos que lo ha hecho todo en el oficio, como él mismo, que empezó de reportero en El Heraldo y llegó al puesto más alto de esta casa a la que tantos le debemos tanto y que nos llena de orgullo.


Pero a él más que a nadie, quizá, no solo por su vínculo con la familia Santos sino porque en EL TIEMPO lo fue todo también, desde redactor hasta director. En un periódico que es mucho más que eso, para bien y para mal, y cuyo legado cultural y político Roberto honró como el grande del periodismo que es, cargando a cuestas ese piano del que hablaba Hernando Santos, y que solo el que lo lleva encima sabe cuánto pesa de verdad.


Supone uno que mucho, muchísimo. Y esa es una de las cosas más conmovedoras de él durante estos años: su manera de cargar ese piano, cómo lo bajaba más bien para tocarlo. Con una sabiduría y un talento sin igual, el talento de la vida y la bondad que es el más grande que hay. García Márquez, que se enamoró con locura de él y lo adoptó como hijo, le dijo un día a don Jaime Pombo, su papá: “Es que si no lo parías tú lo paría yo...”.


Cómo no lo iba a admirar García Márquez si un día en su casa le estaba dando un infarto a un tipo y Pombo le dijo: “Ningún infarto: este es un borracho triste”, y le salvó la vida esa noche a punta de boleros.


Un gran periodista y una mejor persona. Qué orgullo haber trabajado a su lado, don Rober. Ya es mañana.

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